lunes, 17 de octubre de 2011

Un desayuno amargo

(Final)

Son los primeros minutos del 19 de septiembre y no creo que alguien haya dormido. Permanecimos en silencio toda la noche durante la guardia. Escuchabamos las sirenas de las ambulancias acercándose al aeropuerto.

Fue imposible mantenernos informados durante la noche de los posibles movimientos de las tropas enemigas o de algún movimiento de nuestro ejército porque nos quedamos sin luz desde ayer. No queremos salir de la casa pero sabemos que la situación esta muy mal. Mis familiares ya se comenzarón a desesperar, pues también quieren saber que ha pasado en sus casas; sin embargo, nadie ha salido de la casa por el temor de no saber que cosas están pasando fuera de aquí.
Como todo pasó muy rapido, todos han traido poca ropa y la mayoría vinierón sin documentos oficiales.
En estos minutos de la mañana, el sueño casi me vence pero el café qué tomamos durante la noche nos mantiene en un estado de conciencia apenas soportable. Mi abuela despierta y sube a la azotea. Me pregunta sí no tengo sueño y yo le respondo que sí pero que no vamos a dormir hasta que los otros despierten.
Tomamos una taza de café más mientras los demás despiertan. Mi abuela pide la opinión de todos y empiezá a cocinar arroz para tenerlo listo  antes de qué todos empiecen a pedir de comer.
Mientras comemos y nos hacemos café para mitigar el frío, vemos que los vecinos salen de sus casas, cargando con todas las maletas que pudierón tomar. Creo que la mayoría ya se desesperó al no saber qué está pasando, los vecinos pasan en sus autos y nos gritan qué es mejor si tomamos nuestras cosas y nos vamos. Nosotros no sabemos qué hacer, por una parte la impaciencia nos gana poco a poco y por el otro lado no queremos enfrentarnos a situaciones peligrosas.
Revisamos la alacena y todavía tenemos comida para un par de días, ademas de la comida y aceite qué hemos almacenado siempre en una pequeña bodega que está detras de la casa.

Ademas de la comida revisamos otras provisiones: los garrafones de agua están llenos, así que tenemos agua para tomar; las medicinas de mi abuela nos servirán por unos días; y la cisterna tiene agua suficiente para usar el escusado. Así qué decidimos quedarnos aquí mientras las cosas no empeoren.        

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